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jueves, 14 de junio de 2007

Una caravana de solidaridad para cuidar a Erica

Cuando muchos de los periodistas del interior se fueron a otra tierra a procurar lo que la suya no pudo darles, Erica Guzmán permaneció en su lugar.

Ella es de Samaná y allá vive. Samaná esta a muchos kilómetros de la capital, aprisionada entre los hermosos campos de arroz del Nordeste y los caprichos del mar del Norte.

Vive detrás de una vieja iglesia que ha guardado por mucho tiempo la leyenda de los inmigrantes ingleses y ha cuidado con respeto la historia que trajeron.

Su casa siempre es una fiesta. Una fiesta de salitre y de humildad.

Una fiesta del buen vivir amenizada por el aroma del café.

Cada día se levanta primero que el sol, y antes que la mañana crezca y se haga adulta, camina calle arriba y calle abajo en busca de historias para contarlas a la eternidad. Un día me dijo que cumplía ese ritual tratando de que Samaná siempre esté presente y nunca sea pasto del olvido.

Erica optó por un compromiso con su pueblo. Hace tiempo que a Samaná se le marchitaron las flores de la espera, bajo el peso de las promesas que nunca le cumplieron, y aun así Erica sigue luchando.

Erica siempre está en el lugar en que su pueblo la necesita. Cuando el futuro requiere de una escuela para florecer, allí está ella para reclamarla. Cuando el hospital está a punto de convertirse en un chiquero por la desatención oficial, viene Erica con su voz de alerta.

Cuando no hay caminos suficientes para sacar las cosechas y los campesinos están al borde del abismo, llega Erica con sus preguntas y se va con sus respuestas. Cuando los barqueros, quemados de salitre, lloran los dolores que les ha dejado el descuido, Erica siempre está con ellos. En fin, cuando Samaná está al borde del olvido, está Erica con su grabadora y su libreta de notas, para recordarla y, sobre todo, para hacerla recordar.

Samaná tiene un puerto grandioso que le vendieron los gobernantes -uno detrás de otro- tiene una Zona Franca para dinamizar su decaída economía, tiene escuelas suficientes y suficientes centros hospitalarios, tiene empleos, proyectos habitacionales, tiene caminos interiores y calles espectaculares, pero todas son realizaciones del olvido, proyectos que le llevan cada cuatro años unos sonrientes vendedores de ilusiones, y que nunca salen de las tribunas ni de los papeles.

A través del turismo, quisieron ensayar su futuro, pero al final terminaron dejandola a la buena de Dios.

Erica ha fundado una escuela en el Nordeste, y es la escuela de la decencia. Durante años ha ejercido el periodismo, pero antes que eso ha ejercido la decencia.

Vive modestamente y ninguna tentación de las muchas que ha tenido, ha podido con ella. Si alguien ha intentado ensuciar a Samaná, ensayando infamias y practicando deshonores en el territorio de sus verdades, jamás ha podido contar con ella. Erica es así, así ha vivido y estoy seguro que así va terminar.

Cada domingo en la mañana, desde Las Terrenas, hace oir su voz reclamándole cordura a los poderosos y gastando sus mejores energías demandando un nuevo tiempo. Todo en esa voz que baja de las montañas de Las Terrenas y recorre sin miedo, sin ataduras, sin presiones, los caminos del Nordeste

Erica Guzmán es, en definitiva, aquella reportera imprescindible que siempre necesitan los pueblos para que le muestre sus grandezas y sus miserias. Sus preguntas son siempre audaces y su redacción directa.

Es una mujer completa que vive de cara al sol y que siempre trae luz en sus palabras. No le teme al poder; más bien el poder le teme a ella. Cuando tiene que enfrentarlo, lo enfrenta.

Sin temores, sin rodeos y sin miramientos.

Ella es una reportera excepcional y lleva más de una estrella en su libreta. Si un día Samaná, despojada de olvidos y libre de desatenciones, va a ser un lugar del tamaño de sus sueños, ese Samaná, sin dudas, va a salir de su libreta.

Allá, en Samaná, está Erica nuevamente impidiendo con su luz que el mundo sucumba ante la oscuridad. Hoy está bajo amenaza. Unos tipos cualquiera la están amenazando por un reportaje que publicó en el periódico Hoy, donde es corresponsal, y hoy Erica necesita de nosotros.

Supongo que después de la denuncia las autoridades van a hacer su trabajo. Supongo. Pero nosotros, sus hermanos, sus amigos, sus companeros de siempre no podemos dejarla hoy.

Hoy Erica necesita de nosotros.

Propongo, por tanto, al Sindicato y al Colegio de Periodistas, al Círculo de Periodistas de la Salud y a todas personas que les preocupe la suerte de un periodista, que vayamos en caravana a su tierra, todos los periodistas juntos, todas las voluntades unidades, todas las voces una sola a decir en la puerta de su casa, en la emisora local, en el malecón, en las calles gloriosas de su pueblo, frente a la iglesia de los inmigrantes ingleses, en todos los caminos de la provincia Samaná, que Erica Guzmán no está sola, que hay un país entero mirando su decencia y su manera de enfrentarse a los poderosos.

A estrecharle la mano y a advertirles a los "guapos" que la asedian, que a ellos también los estamos mirando, aunque de otra manera. Y vamos pronto, antes de que sea tarde.

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